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El Zoológico La Aurora es uno de los lugares más bellos y agradables de toda la capital. Su atractivo radica no sólo en una gran variedad de animales pertenecientes a todo el mundo, sino en que es un remanso de paz dentro de una ciudad en donde el ruido y la contaminación han llegado a todas sus áreas. El Zoológico La Aurora es uno de los lugares más
bellos y agradables de toda la capital. Su atractivo radica no sólo
en una gran variedad de animales pertenecientes a todo el mundo, sino
en que es un remanso de paz dentro de una ciudad en donde el ruido y la
contaminación han llegado a todas sus áreas. Los grandes de la selva Quizás sea el zoológico uno de los lugares
en el que la capacidad de disfrutarlo se extienda a lo largo de toda la
vida. Se vaya con quien se vaya, aventurarse al interior de este parque
es siempre un entretenimiento diferente. Además, ahora han puesto
una valla de cáñamo y sus pequeños ranchos para esperar
el autobús y toda una recreación selvática a la entrada.
De modo que da la impresión de adentrarse a un mundo insólito
y misterioso. Al mismo tiempo, destaca lo moderno de las instalaciones,
que en el pasillo de recepción va dejando a los lados un gran escenario
de actividades, las aulas de educación medioambiental para las
visitas escolares y las áreas de restaurantes de comida nacional
e internacional. Pero la verdadera entrada a la vida de la jungla comienza
con una decoración del parque a modo de la estética africana.
Por eso, como si estuviera en la sabana, me maravillo al ver la gigantesca jirafa entre algunas cebras, comiendo tranquilamente de la copa de un árbol. Al poco, las avestruces conviven tranquilamente con los búfalos, sin saber que muy cerca están el temible león y el tigre. No hay nada que temer, ya que cada escenario ha sido ideado para que lo habiten especies que se hagan compañía sin entrar en competencia. El elefante tiene la suerte de contar con una zona reservada
en exclusiva. Es muy amplia y tiene su propia cascada, aunque no sé
por qué prefiere pasearse siempre por el borde de un desfiladero,
como si viviera en el circo. Otro de los que disfruta de su propia casa
es el oso que, por venir de zonas muy frías, está siempre
refrescándose en su río particular. Y es que se ha tenido mucho cuidado en que estos animales
de tierras lejanas tengan un entorno acorde con su hábitat natural.
Por ello, mientras los habitantes de la sabana africana cuentan con un
espacio abierto, el del oso es más celoso de su intimidad y, para
verlo sin molestarlo, hay unas ventanitas de cristal. De animalotes a animalillos Sin saberlo ya he atravesado un continente y me encuentro en medio de la India rodeado por cientos de monos que celebran un divertido ritual de la comida frente a las ruinas de un templo de Buda. El cuidador entra con confianza al recinto de los chimpancés, ellos lo conocen y no esperan a que ponga la comida sobre el suelo, para tomar un banano y comerlo con sorprendente agilidad. Ni en la jaula de los chimpancés ni en la de otra curiosa especie de monos, llamada macacos, de rostro muy rojo, existen disputas. Todos parecen disfrutar de una animada armonía. Tal vez sea porque desde allí se ven las jaulas de los loros de vistosos colores. Pero a mí el que más me gustó fue el jaguar, porque es el más grande de los felinos guatemaltecos, y además sirve de símbolo al parque La Aurora. Lo malo es que la pareja de jaguares es muy cautelosa en el día y es difícil que le presten atención a uno. Con suerte, un jaguar se sienta tranquilamente entre unos troncos y de vez en cuando me dedica una mirada. Ver la belleza de este animal me permite imaginarlo recorriendo la selva petenera, aunque en realidad se trata de una ilusión. En la actualidad, el entorno natural del jaguar ha sido destruido por la influencia humana por lo que este felino, propio de América Central, se encuentra en peligro de extinción.
Muchas otras especies también están en peligro de extinción y, por eso, comprendo los beneficios de un parque zoológico dedicado a salvar de la desaparición a animales como el jaguar. Esto es posible gracias al intercambio de especímenes que se da entre todos los zoos del mundo. Aquellos nuevos miembros que nacen en cautiverio se utilizan para intercambiarlos con especies diferentes que renueven el parque. Así, los visitantes siempre disfrutan de cambios y, gracias a los ingresos por taquilla, se consigue rescatar de la desaparición a animales únicos. Sin embargo, es lamentable que los precios tan económicos del zoo, 10 quetzales para adultos y cinco para niños, no permitan alcanzar los ocho millones de quetzales que cuesta criar a los animales. Así me lo hace saber la Administradora General, Rosa María Pérez, y me explica que por eso se han buscado métodos de financiamiento alternativos, como la idea de adoptar a uno de estos inquilinos. Por ejemplo, la exquisita nutria sólo come cangrejo y marisco, unos banquetes diarios dignos de compartirse. Pero al ver a los pequeños leones que nacieron hace unos meses en el zoológico y observarlos jugar, comprendes que en estos lugares se desarrolla el gran misterio propio de la naturaleza. Tanto la vida animal como la vegetal, mantienen este espacio en constante renovación. Se genera y se absorbe vida, por lo que para comprobar el fenómeno del agitado ajetreo nocturno del zoo, durante el mes de diciembre se abre de noche. Incluso hay un espacio acondicionado para las especies acostumbradas a sobrevivir en la oscuridad, por lo que, sin molestar, se puede conocer al murciélago o al tecolote de anteojos. Los colores del trópico Todavía no he hecho más que empezar. Me falta conocer a los habitantes de la granja y a los mamíferos del bosque tropical. A mi paso saludo al venado de cola blanca y al bellísimo zorro gris, conozco a las tortugas y las iguanas, me sorprendo ante la majestuosidad del hipopótamo y gozo de los colores puros del tucán. El herpetario de las serpientes es la última parada antes de encontrarse con la Casa de Té, un pabellón construido en el centro del parque en 1924. Su actual restauración permite disfrutar de esta elegante obra arquitectónica de estilo inglés en toda su magnitud.
Esta edificación es el centro perfecto para el conjunto de jardines que da cabida a más de 75 especies de árboles guatemaltecos en peligro de desaparición. Las estatuas de corte neoclásico que se disponen en su entrada crean el tono bucólico del paraje natural, convirtiéndolo en lugar de reunión y descanso para amigos y familia. Perdidas entre este fantástico bosque, se colocan estelas alegóricas a los tiempos prehispánicos. Algunas de ellas son piedras auténticas pertenecientes a los restos encontrados de la cultura maya. El resultado es un regreso al pasado más natural y tranquilo. Una paz que se rompe por los reclamos de las aves que habitan el aviario. Ahí hay pájaros de todos los tamaños, de todos los colores y para todos los gustos. Desde la solemne presencia de la lechuza hasta el alegre canto de los periquitos, e incluso el parloteo de los loros de cabeza azul. Finalmente, voy a relajarme de toda esa experiencia al estanque, donde comparto el descanso con patos y flamencos. Aunque parece que ha pasado poco tiempo, el parque tiene una duración de visita de alrededor de dos horas, a mí me ha caído la tarde. Así que me dispongo a regresar, eso sí, no sin antes despedirme del simpático tapir. Créditos: Textos: Ignacio Laclériga
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